En España se está viviendo una apocalipsis política, social y de corrupción que genera una atmósfera densa donde cada día parece anunciar un derrumbe mayor que el anterior. No se trata de un colapso repentino, sino de un desgaste acumulado: la sensación de que el sistema se ha ido erosionando hasta dejar al descubierto grietas profundas en la confianza pública, en la convivencia y en la credibilidad institucional. Esta percepción —cada vez más extendida en el debate social—, describe un país donde la indignación se ha vuelto rutina y donde las sorpresas ya no sorprenden porque los casos de corrupción se suceden cada minuto. No se trata de polarización política, que ha alcanzado ya niveles que muchos identifican como insostenibles; tampoco se trata de que el diálogo se haya transformado en trincheras, la discrepancia en enemistad, y el análisis matizado en consignas repetidas de forma mecánica: se trata de que, en este clima, la ciudadanía observa cómo la política se convierte en un juego de poder permanente, donde las prioridades parecen desplazarse cada vez más lejos de los problemas reales que afectan a la gente. La crispación se ha normalizado hasta tal punto que incluso los gestos de una moderación casi inexistente, parecen excepcionales. A ello se suma un cansancio social profundo. La frustración ante decisiones improvisadas, debates estériles y la sensación de falta de rumbo alimentan un malestar que se respira en conversaciones cotidianas, en redes sociales y en la desconfianza hacia cualquier anuncio oficial. En este paisaje, la sombra aplastante de la corrupción actúa como una losa sobre la esperanza colectiva. La percepción de que los intereses particulares predominan sobre el bien común erosiona el vínculo entre ciudadanía e instituciones. No es solo la existencia de casos concretos, sino la sospecha constante, casi inevitable, de que lo que no se ve puede ser aún peor que lo que sale a la luz.. Sánchez y todos sus jinetes de este apocalipsis, muchos de ellos en la cárcel o camino de ella, tienen que desaparecer de nuestra vista aunque difícilmente de nuestras mentes. Este episodio que, más pronto o más tarde, pasará, quedará grabado en nuestra memoria como una pesadilla que atenaza nuestra cotidianeidad. La pregunta que todo el mundo se hace es la siguiente: ¿acabará Sánchez en la cárcel? Muchos se lo cuestionan, verbalizándolo en voz alta, como si fuera un franco deseo, porque de alguna forma quieren ser resarcidos de tanto daño que se está infiriendo al pueblo español en el terreno económico –tanto a las clases más desfavorecidas como al alto empresariado-, en el social, en el político, en el institucional, en el emocional y en el de la decencia. Vamos a impedir que esos jinetes del apocalipsis modelo Sánchez continúen destrozando una España que llegó a estar a la cabeza de los países más prósperos de Europa.. CODA. Este periódico, que es siempre un espacio abierto al mundo de la excelencia, recibió el pasado jueves a una delegación de Guinea Ecuatorial, país que destaca hoy por su vibrante energía y la calidez de su gente. Sus paisajes tropicales, su rica biodiversidad y sus ciudades en crecimiento ofrecen experiencias únicas. La cultura, llena de tradición y alegría, inspira optimismo. El país avanza con dinamismo, celebrando sus logros con orgullo cada nuevo día. Los cuatro ministros de su Gobierno que nos visitaron, despertaron en los asistentes la nostalgia de políticos con una buenísima educación en concordancia con su excelente presencia, corrección perfecta en el idioma y proyectos para el país que ya quisiéramos nosotros atisbarlos desde lejos. Me pregunto si en un futuro no muy lejano podremos presumir de algo parecido.
La percepción de que los intereses particulares predominan sobre el bien común erosiona el vínculo entre ciudadanía e instituciones
En España se está viviendo una apocalipsis política, social y de corrupción que genera una atmósfera densa donde cada día parece anunciar un derrumbe mayor que el anterior. No se trata de un colapso repentino, sino de un desgaste acumulado: la sensación de que el sistema se ha ido erosionando hasta dejar al descubierto grietas profundas en la confianza pública, en la convivencia y en la credibilidad institucional. Esta percepción —cada vez más extendida en el debate social—, describe un país donde la indignación se ha vuelto rutina y donde las sorpresas ya no sorprenden porque los casos de corrupción se suceden cada minuto. No se trata de polarización política, que ha alcanzado ya niveles que muchos identifican como insostenibles; tampoco se trata de que el diálogo se haya transformado en trincheras, la discrepancia en enemistad, y el análisis matizado en consignas repetidas de forma mecánica: se trata de que, en este clima, la ciudadanía observa cómo la política se convierte en un juego de poder permanente, donde las prioridades parecen desplazarse cada vez más lejos de los problemas reales que afectan a la gente. La crispación se ha normalizado hasta tal punto que incluso los gestos de una moderación casi inexistente, parecen excepcionales. A ello se suma un cansancio social profundo. La frustración ante decisiones improvisadas, debates estériles y la sensación de falta de rumbo alimentan un malestar que se respira en conversaciones cotidianas, en redes sociales y en la desconfianza hacia cualquier anuncio oficial. En este paisaje, la sombra aplastante de la corrupción actúa como una losa sobre la esperanza colectiva. La percepción de que los intereses particulares predominan sobre el bien común erosiona el vínculo entre ciudadanía e instituciones. No es solo la existencia de casos concretos, sino la sospecha constante, casi inevitable, de que lo que no se ve puede ser aún peor que lo que sale a la luz.. Sánchez y todos sus jinetes de este apocalipsis, muchos de ellos en la cárcel o camino de ella, tienen que desaparecer de nuestra vista aunque difícilmente de nuestras mentes. Este episodio que, más pronto o más tarde, pasará, quedará grabado en nuestra memoria como una pesadilla que atenaza nuestra cotidianeidad. La pregunta que todo el mundo se hace es la siguiente: ¿acabará Sánchez en la cárcel? Muchos se lo cuestionan, verbalizándolo en voz alta, como si fuera un franco deseo, porque de alguna forma quieren ser resarcidos de tanto daño que se está infiriendo al pueblo español en el terreno económico –tanto a las clases más desfavorecidas como al alto empresariado-, en el social, en el político, en el institucional, en el emocional y en el de la decencia. Vamos a impedir que esos jinetes del apocalipsis modelo Sánchez continúen destrozando una España que llegó a estar a la cabeza de los países más prósperos de Europa.. CODA. Este periódico, que es siempre un espacio abierto al mundo de la excelencia, recibió el pasado jueves a una delegación de Guinea Ecuatorial, país que destaca hoy por su vibrante energía y la calidez de su gente. Sus paisajes tropicales, su rica biodiversidad y sus ciudades en crecimiento ofrecen experiencias únicas. La cultura, llena de tradición y alegría, inspira optimismo. El país avanza con dinamismo, celebrando sus logros con orgullo cada nuevo día. Los cuatro ministros de su Gobierno que nos visitaron, despertaron en los asistentes la nostalgia de políticos con una buenísima educación en concordancia con su excelente presencia, corrección perfecta en el idioma y proyectos para el país que ya quisiéramos nosotros atisbarlos desde lejos. Me pregunto si en un futuro no muy lejano podremos presumir de algo parecido.
