Durante siglos, Europa creyó varias veces que la peste había terminado. Bastaba con que aflojara un invierno, con que la vida se normalizara ligeramente, para declarar el final de la catástrofe. Pero luego la enfermedad regresaba, más astuta, recordando a todos que los finales anunciados suelen ser más una necesidad emocional que un hecho histórico.. Algo parecido ocurre en la política española con el sanchismo. Desde hace más de siete años, su final se anuncia con la solemnidad de una profecía bíblica. Cada derrota autonómica del PSOE, cada caso judicial, cada crisis parlamentaria es presentada como el «ahora sí». Y, sin embargo, el Gobierno sigue ahí. Cambiado, erosionado, bloqueado, pero en pie.. Este Nuevo Año vuelve a prometerse como el definitivo. El último. El del derrumbe. El «fin del sanchismo» se ha convertido en un género político y periodístico. El contexto da razones de sobra para alimentarlo sin necesidad de estirar demasiado la imaginación a la hora de dibujar el final de un Gobierno que, desde el primer momento de esta Legislatura, no era más que un sistema de supervivencia. En el mejor de los casos, para los cronistas del «fin del sanchismo», este podría concretarse a finales del 26, en todo caso, auguran, antes de las próximas elecciones municipales del 27. Una manera de ver la botella medio llena cuando a poco que Sánchez consiga resistir algo más ya solo se podrá hablar de un adelanto técnico de las elecciones.. A quien le sirva de consuelo, pues adelante, pero creo que, llegados ya a este punto, lo relevante no es cuándo acaba este modelo, sino lo que deja detrás. Las consecuencias de un Gobierno que lo ha administrado todo a corto plazo para seguir existiendo y los precedentes que deja para futuros ejecutivos.. La responsabilidad que tiene sobre sus espaldas Alberto Núñez Feijóo es mayúscula porque virar todo hacia la derecha para sostener el actual marco de bloqueo, de pulsión constante dentro del bloque, de radicalización de las políticas para contentar al socio, no sería un cambio, sino una continuidad desde el otro frente. España necesita una alternancia en la que los dos principales partidos sean capaces de recuperar sus mínimos denominadores comunes, sean capaces de entenderse y de pactar reformas estructurales. De recuperar la moderación y los consensos. Máximo respeto al ejercicio libre del voto, desde el máximo respeto también a las decisiones de cada cual, pero si hay algo que ha quedado claro en estos años es que la solución no nos puede venir de cambiar un extremismo por otro.
Este Nuevo Año vuelve a prometerse como el definitivo. El último. El del derrumbe. El «fin del sanchismo» se ha convertido en un género político y periodístico
Durante siglos, Europa creyó varias veces que la peste había terminado. Bastaba con que aflojara un invierno, con que la vida se normalizara ligeramente, para declarar el final de la catástrofe. Pero luego la enfermedad regresaba, más astuta, recordando a todos que los finales anunciados suelen ser más una necesidad emocional que un hecho histórico.. Algo parecido ocurre en la política española con el sanchismo. Desde hace más de siete años, su final se anuncia con la solemnidad de una profecía bíblica. Cada derrota autonómica del PSOE, cada caso judicial, cada crisis parlamentaria es presentada como el «ahora sí». Y, sin embargo, el Gobierno sigue ahí. Cambiado, erosionado, bloqueado, pero en pie.. Este Nuevo Año vuelve a prometerse como el definitivo. El último. El del derrumbe. El «fin del sanchismo» se ha convertido en un género político y periodístico. El contexto da razones de sobra para alimentarlo sin necesidad de estirar demasiado la imaginación a la hora de dibujar el final de un Gobierno que, desde el primer momento de esta Legislatura, no era más que un sistema de supervivencia. En el mejor de los casos, para los cronistas del «fin del sanchismo», este podría concretarse a finales del 26, en todo caso, auguran, antes de las próximas elecciones municipales del 27. Una manera de ver la botella medio llena cuando a poco que Sánchez consiga resistir algo más ya solo se podrá hablar de un adelanto técnico de las elecciones.. A quien le sirva de consuelo, pues adelante, pero creo que, llegados ya a este punto, lo relevante no es cuándo acaba este modelo, sino lo que deja detrás. Las consecuencias de un Gobierno que lo ha administrado todo a corto plazo para seguir existiendo y los precedentes que deja para futuros ejecutivos.. La responsabilidad que tiene sobre sus espaldas Alberto Núñez Feijóo es mayúscula porque virar todo hacia la derecha para sostener el actual marco de bloqueo, de pulsión constante dentro del bloque, de radicalización de las políticas para contentar al socio, no sería un cambio, sino una continuidad desde el otro frente. España necesita una alternancia en la que los dos principales partidos sean capaces de recuperar sus mínimos denominadores comunes, sean capaces de entenderse y de pactar reformas estructurales. De recuperar la moderación y los consensos. Máximo respeto al ejercicio libre del voto, desde el máximo respeto también a las decisiones de cada cual, pero si hay algo que ha quedado claro en estos años es que la solución no nos puede venir de cambiar un extremismo por otro.
