A Villablino, un pueblo situado en el esquinazo noroeste de León, en plena Cordillera Cantábrica, le prometieron hace años levantar un parador en los terrenos del antiguo colegio de toda la vida a fin de contrarrestar el previsible declive económico que acarreaba el cierre de las minas de carbón; hoy el colegio no existe porque se derribó para dejar sitio para el parador, pero tampoco hay ningún parador. En realidad no hay nada: en el solar crece solo la mala hierba y la mala leche del que pasea por ahí y se molesta en recordar; a Villablino, una localidad esparcida en un valle abrupto y bellísimo, el de Laciana, le prometieron hace años reinstalar para el turismo el viejo tren que en su día la unía con Ponferrada y que transportaba viajeros y los millones de toneladas de carbón que se extraían al año en su cuenca minera; hoy ni siquiera la vieja estación ha sido rehabilitada y se cae a pedazos: alguien de paso robó el reloj de la fachada y entre las vías inservibles crece la misma maleza del solar del colegio. En Villablino hubo un tiempo —cuando lo marcaba el reloj del apeadero, década de los noventa— en que convivían abiertas cerca de 30 discotecas o salas de fiesta, con nombres sugerentes como Café Estudio, Edén, Yastá, Tucana, Encuentro, Epoka, Oasis o Disco bar Cimarron. Dan una idea de la pujanza y de las ganas de vivir y de gastar de ese lugar en sus años buenos. Ahora solo quedan dos, El Zarzal y La Corte, que abren un par de días a la semana: del resto, incluida otra llamada Amnesia, solo quedan los letreros rotos y despintados por la lluvia, el viento y la nieve. A los habitantes de Villablino, un orgulloso pueblo minero que llegó a tener 16.000 vecinos y que hoy no alcanza los 8.000 y bajando, les quedaba como consuelo a tanta decadencia el hecho de que, por lo menos, no habría más muertos por el carbón ni más funerales colectivos. El lunes 31 de marzo, una explosión de grisú se llevó por delante la vida de cuatro mineros leoneses del valle y un quinto del Bierzo que trabajaban en una mina asturiana, la de Cerredo, situada a 15 kilómetros del pueblo. La mina en teoría cerró en 2018 —como el resto de la cuenca— y ahora va a ser investigada “de arriba abajo”, según el presidente de Asturias, Adrián Barbón, para aclarar qué hacía abierta. En la capilla ardiente que el martes se instaló en el polideportivo municipal de Villablino, delante de los féretros de los cuatro vecinos muertos, un hombre alto y fuerte de unos 30 años, con los ojos con el punto de temblor de quien va a echarse a llorar decía en voz baja: “¿Por qué otros pueblos tienen suerte y este no?”.. Seguir leyendo
A Villablino, un pueblo situado en el esquinazo noroeste de León, en plena Cordillera Cantábrica, le prometieron hace años levantar un parador en los terrenos del antiguo colegio de toda la vida a fin de contrarrestar el previsible declive económico que acarreaba el cierre de las minas de carbón; hoy el colegio no existe porque se derribó para dejar sitio para el parador, pero tampoco hay ningún parador. En realidad no hay nada: en el solar crece solo la mala hierba y la mala leche del que pasea por ahí y se molesta en recordar; a Villablino, una localidad esparcida en un valle abrupto y bellísimo, el de Laciana, le prometieron hace años reinstalar para el turismo el viejo tren que en su día la unía con Ponferrada y que transportaba viajeros y los millones de toneladas de carbón que se extraían al año en su cuenca minera; hoy ni siquiera la vieja estación ha sido rehabilitada y se cae a pedazos: alguien de paso robó el reloj de la fachada y entre las vías inservibles crece la misma maleza del solar del colegio. En Villablino hubo un tiempo —cuando lo marcaba el reloj del apeadero, década de los noventa— en que convivían abiertas cerca de 30 discotecas o salas de fiesta, con nombres sugerentes como Café Estudio, Edén, Yastá, Tucana, Encuentro, Epoka, Oasis o Disco bar Cimarron. Dan una idea de la pujanza y de las ganas de vivir y de gastar de ese lugar en sus años buenos. Ahora solo quedan dos, El Zarzal y La Corte, que abren un par de días a la semana: del resto, incluida otra llamada Amnesia, solo quedan los letreros rotos y despintados por la lluvia, el viento y la nieve. A los habitantes de Villablino, un orgulloso pueblo minero que llegó a tener 16.000 vecinos y que hoy no alcanza los 8.000 y bajando, les quedaba como consuelo a tanta decadencia el hecho de que, por lo menos, no habría más muertos por el carbón ni más funerales colectivos. El lunes 31 de marzo, una explosión de grisú se llevó por delante la vida de cuatro mineros leoneses del valle y un quinto del Bierzo que trabajaban en una mina asturiana, la de Cerredo, situada a 15 kilómetros del pueblo. La mina en teoría cerró en 2018 —como el resto de la cuenca— y ahora va a ser investigada “de arriba abajo”, según el presidente de Asturias, Adrián Barbón, para aclarar qué hacía abierta. En la capilla ardiente que el martes se instaló en el polideportivo municipal de Villablino, delante de los féretros de los cuatro vecinos muertos, un hombre alto y fuerte de unos 30 años, con los ojos con el punto de temblor de quien va a echarse a llorar decía en voz baja: “¿Por qué otros pueblos tienen suerte y este no?”.. Esquelas de los mineros muertos en una calle de Villablino.Diego Sánchez (The Kids Are Right). Esa pregunta no tiene una respuesta fácil. Pero para saber qué empujó de nuevo a la mina a esos cinco hombres resulta útil escuchar a José Cecos. Y repasar su árbol genealógico. Y comprender sus referencias vitales, las que le rodean desde el día en que nació e incluso mucho antes. Sus dos abuelos fueron mineros. El bisabuelo también. También el padre, cuya foto en la entrada de una mina, tomada en su juventud, con casco y mono, subido a una vagoneta y mirando de frente, está colgada en el mejor lugar del salón de la casa. También los hermanos. Incluso la madre, Olimpia, que ahora tiene 86 años, trabajó desde los 15 a los 20 años (edad a la que se casó) clasificando y separando el carbón del escombro en el lavadero de la Recuelga, a 20 kilómetros de Villablino.. Ella cuenta que cada día caminaba una hora por una trocha que atravesaba el monte desde su casa en Sorbeda del Sil hasta el lavadero y que las mañanas de invierno los hombres iban delante de las mujeres para abrir camino en la nieve. José escucha con atención la historia que su madre le ha contado cientos de veces. Después dice: “Mi padre nos decía a mis hermanos y a mí, estudiad, y no vayáis a la mina, pero al final acababas dentro. ¿Qué ibas a hacer si querías quedarte aquí?”.. Con 25 años, tras ejercer de picador como su padre, José entró a trabajar en La Recuelga, como su madre. Entonces, en 1998, el lavadero, construido en los años cuarenta con la tecnología más puntera de Europa, aún era una trepidante instalación fabril de cinco pisos de altura a la que llegaba el funicular que transportaba en vagonetas suspendidas en el aire el carbón procedente de las minas de las montañas cercanas. José recuerda que dentro del edificio se ponían cascos sónicos para no enloquecer del estruendo. En 2015, cuando La Recuelga se clausuró porque ya la cuenca minera agonizaba, José había ascendido a encargado. Por eso fue el último en salir. Cerró la puerta y tiró la llave. Y cambió de vida. Ahora, jubilado con 51 años, enseña al que quiere el edificio, que tras una década en desuso es una gigantesca ruina fantasmagórica llena de ventanas rotas que sorprende al conductor alucinado a la salida de una curva. Nadie excepto los habitantes de estos valles singulares pueden llegar a imaginarse que exista una construcción abandonada de esas características. Trabajaron en ella cientos de personas. Hoy, aunque ha sido declarado Bien de Interés Cultural por su interés histórico, solo lo visitan José, algún concejal empeñado en que no se desplome de puro viejo, los ladrones de chatarra y las golondrinas.. Hasta el lunes aquí todo era así: una carrera hacia el olvido. Unos pocos días antes del accidente, el minero retirado Ángel Barreiro, de 63 años, había acudido a una bocamina abandonada cercana a su pueblo, Caboalles de Abajo, situado a cinco kilómetros de Villablino, para retirar unas vagonetas que andaban tiradas a la buena de Dios. Así habían quedado desde el día del cierre de esa mina, en 2018. La intención de Ángel era limpiarlas para que sirvan de atracción turística a la entrada del pozo María, situado en su pueblo. Esto es, para que se convirtieran en piezas de museo. Un poco como el lavadero de Recuelga y como tantas cosas de esta comarca. Un poco como los propios mineros jubilados, a los que con frecuencia llaman de los colegios y los institutos para que expliquen a los estudiantes —en muchos casos sus hijos o sus nietos— en qué consistía el trabajo de minero. Un poco como el mismo Ángel Barreiro, quien, en el pozo María, como José Cecos en el lavadero, fue el último en salir: “Cerré las bombas de achicar agua, con lo que las galerías comenzaron en ese momento a inundarse: y fin de la historia”. Por eso, el lunes 31 de marzo por la mañana, cuando Ángel recibió en el móvil el aviso de que Rubén Souto, un hombre de su pueblo al que él conocía y Jorge Carro, un amigo de su hija, se habían matado de un escape de grisú junto a otros tres mineros en la tercera planta de Cerredo tuvo, según cuenta, la extraña sensación de revivir una pesadilla que creía olvidada para siempre. Ángel era un joven minero que llevaba un año trabajando en el pozo María en 1979 cuando en una explosión de grisú murieron 10 compañeros a los que conocía uno por uno. Está convencido de que los cinco que trabajaban en Cerredo no disfrutaron de las medidas de seguridad requeridas: “Son minas que han estado mucho tiempo abandonadas, descuidadas, con cuadros (sujeciones) antiguos, que han estado a merced de las filtraciones de agua, del tiempo, son chicos y hombres que van ahí porque no tienen otra cosa, a unas explotaciones chapuzas y mal acondicionadas, y como en el caso del pozo María y como tantas otras, esto acabará en que nadie tiene la culpa, se tapará y ya, y dentro de unos años nadie excepto nosotros hablará de esto”. En el valle todos recuerdan el accidente ocurrido en octubre de 2013 en la Pola de Gordón (León), en el pozo Emilio del Valle, en el que murieron seis mineros por otro idéntico escape de grisú, en el que hasta el lunes era la última gran tragedia minera del país, y que lleva más de 10 años esperando una sentencia.. Alrededores de la estación de Villablino.. Rubén Souto, de 49 años, había sido minero, pero en el momento del cierre de la cuenca los años trabajados no le alcanzaron para conseguir la prejubilación; Jorge Carro, de 33 años, trataba de ganarse la vida como ganadero, pero el sueldo no le llegaba; David Álvarez, de 31, trabajaba en la construcción, pero en la zona hay muy pocas obras; Amadeo Bernabé, de 48 años, había sido el último de los últimos, ya que trabajó en La Escondida, la última mina de León, cerrada en diciembre de 2018; Iván Radio, de 54 años, también había sido minero de siempre.. Blue Solving, la empresa que actuaba en Cerredo, no disponía de permiso para extraer carbón, actividad que quedó erradicada de las cuencas mineras españolas el 1 de enero de 2019, fecha en que la Unión Europea, por razones medioambientales, dejó de subvencionar este tipo de explotaciones, que por sí solas no resultaban rentables. La empresa que después de ese día siguiera extrayendo carbón no solo debería hacerlo por su cuenta y riesgo económico, sino que además debería devolver las ayudas millonarias concedidas en años anteriores. De un día para otro, la minería de carbón desapareció. De este modo, lo que Blue Solving podía llevar a cabo en Cerredo, según las licencias concedidas por el Principado de Asturias, eran meras labores prospectivas para determinar la calidad del mineral a fin de determinar si era apto para obtener grafito y, en la tercera planta, la que explotó, tareas de limpieza y de retirada de maquinaria usada y chatarra. Muchos mineros retirados del valle de Laciana sospechan que lo que se hacía allí era, simplemente, picar y sacar carbón subrepticiamente. Barreiro recuerda que hay muchas cocinas de carbón en la zona, que actualmente la tonelada se paga a 500 euros y que esa tonelada puede durar en un hogar de montaña, en invierno, más o menos un mes. El secreto a voces se ha concretado en una denuncia: La Voz de Asturias ha publicado esta semana que otro grupo minero, Promining, ha asegurado ante la Fiscalía que Blue Solving, efectivamente, sacaba carbón y que lo de investigar el grafito posible era una mera coartada. Promining es parte interesada en esta historia: pertenece al opaco conglomerado de empresas y subempresas del polémico magnate local de la minería leonesa Victorino Alonso, especialista en hacerse con concesiones de minas en tiempos de declive, solicitar subvenciones con una mano y declararse después insolvente con la otra cuando la justicia le cercaba. Fue condenado en mayo de 2021 a cuatro años de cárcel por destruir el suelo, acabar con la vegetación y taponar los arroyos con escombros de una zona de la montaña leonesa habitada por osos y urogallos por la obra de una mina a cielo abierto. Por si fuera poco, Alonso, además, fue el primer propietario de la mina de Cerredo, que perdió cuando su grupo empresarial se declaró en suspensión de acreedores. La huella de Alonso está por toda la comarca minera: el fantasmal lavadero de Recuelga, sin ir más lejos, habitado por golondrinas y chatarreros, pertenece también a una de sus empresas quebradas. En los años cuarenta esta instalación moderna y descomunal era un símbolo de la época y del lugar: ahora, desgraciadamente, también.. Ángel Barreiro, en el Mesón Minero, de Caboalles de Arriba, en la cuenca minera de Villablino. Diego Sánchez (The Kids Are Right). Víctor del Reguero, historiador, editor y escritor de libros sobre minería y vecino de Villablino, acaba de publicar junto con la periodista Cristina Fanjul un documentado volumen sobre Victorino Alonso titulado Don Vito, una historia de mafia, política y carbón. Para él, las minas de Villablino no se cerraron, sino que se liquidaron, en una especie de sálvese quien pueda que se llevó a cabo, además, en una década, la que va de 2008 a 2018, influida por la crisis económica. “A nadie le importaba lo que pasaba aquí. Había otras cosas en que pensar. Eso favoreció que surgieran los aprovechados, las empresas cazasubvenciones que luego se iban, los que solo aparecían para ganar dinero como fuera. Es el negocio del expolio: lo llevamos viendo años. Lo malo es que parecía acabado y desde el lunes vemos que no lo está. Y lo peor es que lo acaban pagando los de siempre”, explica Del Reguero.. La semana antes del accidente, en el mesón El Minero, en Caboalles de Arriba, miraban el telediario de la noche Ángel Barreiro, el último del pozo María, y Francisco Fernández Sela, otro viejo minero que fumaba un cigarro detrás de otro y que con una sonrisa franca aseguraba que si Dios le diera otra vida se haría minero de nuevo. En el telediario, en ese momento, se difundió la noticia de los recientes proyectos de extracción de materias primas estratégicas que la Unión Europea quiere potenciar. Serán minas de cobalto, bauxita, cobre, litio, níquel o wolframio. Al oír la palabra minas Barreiro y Sela giraron la cabeza. En el telediario apareció un mapa de España que ilustraba dónde se situarán esas nuevas explotaciones con futuro: tres de ellas estarán en Extremadura y otras tres en Andalucía, Galicia y Castilla-La Mancha. El porvenir dejó en algún momento de pasar por Villablino.. Al día siguiente de esa noticia, en otro bar, Javier Rubio, también minero jubilado y ex líder de CC OO, daba una explicación y, como buen sindicalista, se ponía delante: “Supimos luchar por nosotros, pero no por los que venían detrás”. En 1991 cerró la cuenca minera hermana del valle de Sabero, en el extremo oriental de la provincia. Y los mineros de Villablino, que ya habían visto lo que les había pasado a sus compañeros británicos con Margaret Thatcher, presintieron lo que les esperaba. Para tratar de evitarlo, o de retrasarlo, o de hacerlo menos doloroso o traumático, salieron el 8 de marzo de 1992 a pie hacia Madrid: 500 mineros vestidos de mineros peregrinando en fila india por la carretera en lo que se denominó la Marcha Negra. En medio del año prodigioso español, con la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona a pocos meses de inaugurarse, la iniciativa resultó un éxito social y mediático.. La idea fue de Rubio, que confiesa que los primeros días de caminata no las tenía todas consigo: “Yo pensaba: ‘Vamos a salir de Astorga y no nos va a ir a ver ni Dios”. Pero se equivocaba. En Madrid les recibió una multitud y los sindicatos consiguieron su objetivo. Con el paso del tiempo, lograron unas prejubilaciones jugosas que en algunos casos se produjeron a los cuarenta y pocos y que desembocaron —desembocan y desembocarán— en unas pensiones muy por encima de la media. De hecho, la pensión media en Villablino es de 1.935 euros, el tercer registro más elevado de los 8.000 municipios del país. Ese es un dato. El otro, que la renta media del pueblo asciende solo a 1.130 euros. Es decir: exclusivamente los jubilados y los retirados de la mina son pudientes. “Las prejubilaciones nos mataron, pero hay que entenderlo: la ansiedad, el estrés, el no saber qué iba a ser de ti tiró mucho. Así que aceptamos sin pensar lo que iba a pasar en el valle. Sin exigir una reindustrialización, sin controlar que se hiciera. Nosotros salimos bien librados, pero no nos dimos cuenta de lo que se venía hacia nuestros hijos y nuestros nietos. ¿Y ahora? Yo no me quejo de las putadas que nos hacen; me quejo de que ya ni protestamos”.. José Cecos, a la izquierda, en el lavadero de la Recuelga. Diego Sánchez (The Kids Are Right). El estudioso Víctor del Reguero se lamenta de que año a año, de la misma manera que la estación se deshace ladrillo a ladrillo, el pueblo entero se desdibuja, a base de letreros de se vende o se alquila o se traspasa que nadie atiende y que acaban tan despintados como cualquier otro cartel o cualquier señal. También se desfigura la identidad colectiva. “Antes éramos mineros, para bien o para mal. Pero ahora, ¿qué somos?”, se pregunta Del Reguero. Los jóvenes se van porque no encuentran trabajo. Y muchos mayores también: cuentan que en Torrevieja (Alicante) hay una colonia importante de mineros jubilados procedentes de Villablino. Se marcharon a esa localidad por esas casualidades que llenan la vida: un vendedor listo de una promoción de viviendas pasó en el momento justo de las primeras prejubilaciones.. Uno a uno, los viejos mineros van desfilando por la capilla ardiente del polideportivo municipal. Por ahí aparece Ángel Barreiro, que también participó en la Marcha Negra, con la cara compungida y la persistente sensación de estar viviendo en el pasado desde el lunes. Acude también el sindicalista Javier Rubio, y también Bernardo Figueredo, nacido hace 68 años en Cabo Verde y que llegó hace 48 a Villablino sin tener ni idea de dónde estaba ni qué era una mina de carbón. En su tiempo, en los tiempos en que había de todo, hubo centenares de caboverdianos en el valle. Llegaron también por esas casualidades que conforman la vida: “En 1975, dos caboverdianos iban en tren a Holanda a buscar trabajo. En la frontera de los Pirineos les devolvieron a España. Y cuando iban otra vez camino a Portugal, un español que se encontraron les indicó que aquí había trabajo. Le hicieron caso, se plantaron aquí y luego avisaron a sus parientes y amigos. Entre ellos a mí, porque uno de esos dos era mi hermano”, dice Bernardo.. A unos kilómetros de Villablino se alza el pozo Calderón, con varias naves aledañas. Como el resto de las construcciones mineras, está abandonado. Presenta la misma sinfonía de cristales rotos, de zarzas y maleza, de maquinaria oxidada, de papeles tirados por el suelo. Hay un bote de plástico de champú Heno de Pravia que debió de pertenecer al último minero que se duchó allí. Unos días antes del accidente, pasó cerca José Prieto. Su historia es un poco la historia de la comarca. Cuenta que tiene 20 años, que quiere ser ganadero, que tiene 20 vacas, que su padre fue minero y que no murió de milagro en el accidente del pozo María pero que no sabe los detalles porque a su padre no le gusta hablar de eso. Asegura que no le importaría bajar a la mina si hubiera minas, a pesar de que su padre siempre le ha aconsejado que ni lo piense. Añade que todos sus amigos se han ido y que a él le gustaría quedarse. Pero que es difícil. Que todo es complicado y lioso. Señala al pozo. Y dice: “Yo quiero utilizar alguna de esas naves vacías para meter las vacas. Pero no sé a quién pedir permiso. Porque algunos dicen que el pozo es de Victorino Alonso, el Rey del Carbón, otros que es de sus acreedores y otros que del Ayuntamiento, y otros que hay que esperar a que haya un juicio para dilucidar todo. Mientras tanto esto se cae de viejo y mis vacas…”.. Una calle de Villablino.
La comarca de Villablino, que ha perdido población, oportunidades, trabajo y parte de su identidad, asiste estupefacta al fallecimiento de cinco trabajadores por un escape de grisú: lo peor del pasado vuelve y lo peor del futuro sigue ahí