Me provoca arcadas contemplar cómo a los socialistas se les llena la boca de dos palabros: progresismo y feminismo. Siempre se presentan como los más progresistas y feministas del mundo mundial, pareciera que el resto del planeta, especialmente los fachosferos, fuéramos una suerte de inquisidores que incineramos a los heliocentristas o una panda de misóginos que despreciamos a las mujeres por el hecho de serlo. El «soy feminista porque soy socialista» no es una frase cuyo copyright corresponda en exclusiva a un Ábalos al que ahora Sánchez y su guardia de corps endosan todas las culpas para librarse de la quema. También era feminista porque es socialista el presidente yerno de proxeneta; la misma cínica frasecita salió de boca de Carmen Calvo y tres cuartos de lo mismo se le escurrió –que no ocurrió– a Adriana Lastra. María Jesús Montero no se puso una vez roja ni desde luego ciento amarilla cuando hace tres meses manifestó que «todas las políticas públicas han de estar impregnadas por el feminismo porque sin feminismo no hay democracia». La sucesora del ladronísimo Cerdán, la valenciana Rebeca Torró, amiga del alma del acosador Salazar, fue aún más allá en sus proclamas: «Somos el escudo ante las políticas machistas de PP y Vox». Con dos ovarios en estos dos últimos casos porque ya para entonces, 4 de septiembre, el caso Paco Salazar era del dominio público. Pero con ser especialmente repugnantes los casos de acoso sexual protagonizados por al menos seis sanchistas de pro, aún lo resultan más si cabe las tareas de encubrimiento de estos episodios implementadas con la colaboración activa o al menos consciente de buena parte de las jefazas del partido. Que Salazar es un presunto delincuente sexual era público y notorio en Ferraz, en Moncloa y en Dos Hermanas desde hace décadas. Las acusaciones contra el ya ex presidente de la Diputación de Lugo José Tomé datan de hace bastante tiempo. Lo del senador Javier Izquierdo, lo del valenciano Toni González, lo del cordobés Francisco Fernández y lo del torremolinense Antonio Navarro constituían igualmente secretos a voces. Pues bien, Sánchez no sólo no actuó contra ellos sino que los protegió: a Salazar lo mantuvo a su vera en Palacio desde 2018, Tomé repitió como candidato entre palmaditas y risitas del capo di tutti capi y lo mismo sucedió con los otros cuatro. Calvo y Lastra van jactándose por ahí de haber intentado poner el cascabel al gato con Paco Salazar, olvidando lo más elemental: si en el partido pasaban de ellas deberían haberse dirigido a la Fiscalía o al juzgado de guardia. Y, si les hubieran hecho caso, también. El deber de colaborar con la Justicia es universal, no algo que dependa del pie con el que uno o una se levanta. El descubrimiento del Me Too socialista, fuego amigo para cargarse al caudillo o humo para tapar el Begoñazo, pone de manifiesto, ya más allá de toda duda razonable, que al PSOE en particular y a la izquierda en general las mujeres y la igualdad les importan un comino. No pasan de ser cebos para pescar votos. Al respecto conviene recordar que el sector femenino de Sumar, con Yolanda Díaz a la cabeza, tapó los delitos del presunto agresor sexual Errejón, y que Podemos amparó al acosador Monedero y rio las gracias al Pablo Iglesias que quería azotar hasta que sangrase a Mariló Montero. Conclusión: hay que darle la vuelta al eslogan. No es «soy feminista porque soy socialista» sino más bien soy feminista porque NO soy socialista. Por cierto: de la no muy progresista adicción a la prostitución de muchos socialistas hablaremos otro día.
Al PSOE en particular y a la izquierda en general las mujeres y la igualdad les importan un comino
Me provoca arcadas contemplar cómo a los socialistas se les llena la boca de dos palabros: progresismo y feminismo. Siempre se presentan como los más progresistas y feministas del mundo mundial, pareciera que el resto del planeta, especialmente los fachosferos, fuéramos una suerte de inquisidores que incineramos a los heliocentristas o una panda de misóginos que despreciamos a las mujeres por el hecho de serlo. El «soy feminista porque soy socialista» no es una frase cuyo copyright corresponda en exclusiva a un Ábalos al que ahora Sánchez y su guardia de corps endosan todas las culpas para librarse de la quema. También era feminista porque es socialista el presidente yerno de proxeneta; la misma cínica frasecita salió de boca de Carmen Calvo y tres cuartos de lo mismo se le escurrió –que no ocurrió– a Adriana Lastra. María Jesús Montero no se puso una vez roja ni desde luego ciento amarilla cuando hace tres meses manifestó que «todas las políticas públicas han de estar impregnadas por el feminismo porque sin feminismo no hay democracia». La sucesora del ladronísimo Cerdán, la valenciana Rebeca Torró, amiga del alma del acosador Salazar, fue aún más allá en sus proclamas: «Somos el escudo ante las políticas machistas de PP y Vox». Con dos ovarios en estos dos últimos casos porque ya para entonces, 4 de septiembre, el caso Paco Salazar era del dominio público. Pero con ser especialmente repugnantes los casos de acoso sexual protagonizados por al menos seis sanchistas de pro, aún lo resultan más si cabe las tareas de encubrimiento de estos episodios implementadas con la colaboración activa o al menos consciente de buena parte de las jefazas del partido. Que Salazar es un presunto delincuente sexual era público y notorio en Ferraz, en Moncloa y en Dos Hermanas desde hace décadas. Las acusaciones contra el ya ex presidente de la Diputación de Lugo José Tomé datan de hace bastante tiempo. Lo del senador Javier Izquierdo, lo del valenciano Toni González, lo del cordobés Francisco Fernández y lo del torremolinense Antonio Navarro constituían igualmente secretos a voces. Pues bien, Sánchez no sólo no actuó contra ellos sino que los protegió: a Salazar lo mantuvo a su vera en Palacio desde 2018, Tomé repitió como candidato entre palmaditas y risitas del capo di tutti capi y lo mismo sucedió con los otros cuatro. Calvo y Lastra van jactándose por ahí de haber intentado poner el cascabel al gato con Paco Salazar, olvidando lo más elemental: si en el partido pasaban de ellas deberían haberse dirigido a la Fiscalía o al juzgado de guardia. Y, si les hubieran hecho caso, también. El deber de colaborar con la Justicia es universal, no algo que dependa del pie con el que uno o una se levanta. El descubrimiento del Me Too socialista, fuego amigo para cargarse al caudillo o humo para tapar el Begoñazo, pone de manifiesto, ya más allá de toda duda razonable, que al PSOE en particular y a la izquierda en general las mujeres y la igualdad les importan un comino. No pasan de ser cebos para pescar votos. Al respecto conviene recordar que el sector femenino de Sumar, con Yolanda Díaz a la cabeza, tapó los delitos del presunto agresor sexual Errejón, y que Podemos amparó al acosador Monedero y rio las gracias al Pablo Iglesias que quería azotar hasta que sangrase a Mariló Montero. Conclusión: hay que darle la vuelta al eslogan. No es «soy feminista porque soy socialista» sino más bien soy feminista porque NO soy socialista. Por cierto: de la no muy progresista adicción a la prostitución de muchos socialistas hablaremos otro día.
